En los cincuentas, el mundo educativo sufrió una crisis paradigmática. Apareció un nuevo avance tecnológico que venía a revolucionar las técnicas de enseñanza establecidas y realizadas con recelos por años. Estoy hablando del Bolígrafo; la pluma estilográfica.
Este sencillo y nada complejo herramienta tecnológica de escritura, vivió una serie de rechazos increíbles y fuera de todo contexto. Se le criticó esta nueva invasión a el aula por muchas razones: se decía que lo primero que se afectaría es la caligrafía haciendo que la mano se deforme y que se dañe a el alumno su muñeca por la postura nada ergonómica que la pluma exigía . Y claro, los comerciantes de estilografos, plumines, tinteros, y demás productos relacionados con esto pusieron el grito en el cielo con mil y una versiones apocalípticas de lo mal que le iría a la humanidad con este invento. en las aulas, el mobiliario tendría que cambiar.. Las mesas de trabajo de los alumnos tenían orificios para el tintero, y ahora con la pluma. ¿Qué pasaría con todo esto?
Pero como siempre pasa con todo lo nuevo, primero tiene casi por regla general, vivir una etapa de rechazo; su rechazo. Y durante un tiempo este nuevo tipo de escribir tinta en papel fue duramente criticado, cuestionado, destruido. Hasta que, con paciencia poco a poco es aceptado. En el mundo de lo legal y administrativo, se fue adaptando, y reconociendo, hasta que en las escuelas, no hubo mas remedio que asumirla como una herramienta necesaria de trabajo en el mundo escolar. A pesar de sus detractores.
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